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sábado, 31 de mayo de 2025

 

Tortícolis congénita y adquirida.

Esta semana han coincidido en consulta dos niñas con lo que, a simple vista, podría parecer “lo mismo”: tortícolis. Sin embargo, cada caso ha sido muy distinto, y ambos me han servido para reflexionar sobre un tema que considero esencial en la infancia: la relación que desarrollamos con el dolor y el movimiento… y cómo el entorno puede influir —mucho— en esa relación.

Dos casos distintos, una misma atención

Por un lado, vi a una niña nacida en febrero de 2021 que había comenzado, de forma repentina, a inclinar la cabeza hacia un lado, con rigidez en el cuello. En el hospital descartaron cualquier daño estructural o traumatismo, diagnosticando una contractura cervical.

Cuando llegó a consulta con su madre y su tía, la tensión emocional era evidente. El susto, la incertidumbre y la necesidad de “hacer algo” estaban muy presentes. En esa primera sesión no realicé ningún tratamiento físico, hubiera sido peor. Me centré en algo que considero igual de terapéutico: tranquilizar, explicar y acompañar.

Utilicé herramientas de pedagogía del dolor, una forma de comunicación que busca explicar el dolor de manera sencilla y comprensible, sin alarmismo, y recordando que el dolor no siempre significa daño. En la infancia, donde todo está en desarrollo —también la percepción y la interpretación del dolor—, este tipo de educación es fundamental.

En la segunda sesión, ya con más calma en el ambiente, pude establecer contacto físico con la niña, con su madre también en camilla. Apliqué técnicas suaves y respetuosas, siempre adaptadas a su estado. Pero lo más importante fue el mensaje que reforcé en ambas visitas:

👉 No hacer del problema el centro de atención.
👉 Seguir con la vida normal, sin limitar sus movimientos ni transmitir miedo.

Movimiento libre desde los primeros meses

El otro caso fue muy diferente: un bebé de apenas dos meses con diagnóstico de tortícolis congénita, más relacionada con una tensión o acortamiento del esternocleidomastoideo (el músculo largo del cuello). Aquí, el trabajo se centra no solo en las técnicas manuales, sino sobre todo en cómo el bebé se mueve y cómo lo acompañamos en casa.

En estos casos, es fundamental:

  • Fomentar el movimiento libre, sin restricciones innecesarias.

  • Evitar la posición mantenida en supino (boca arriba) durante largos periodos.

  • Invitar al bebé a girar la cabeza hacia ambos lados con estímulos visuales y táctiles.

  • Variar las posiciones, ofrecer suelo, y respetar los ritmos.

El entorno como parte del tratamiento

En ambos casos, lo que más me llamó la atención fue el peso del entorno. Y con “entorno” no me refiero solo a la familia, sino también al entorno sanitario. A veces, sin darnos cuenta, los adultos —y sí, también los profesionales— pecamos de exceso de cuidado. Frases como “no lo muevas”, “cuidado con tocarle el cuello” o “mejor no hacer nada por si acaso” pueden instalar en el niño o en su familia un miedo al movimiento que termina siendo más limitante que la causa inicial.

Esto es especialmente delicado en la infancia. Porque es entonces cuando se siembran las bases de cómo nos relacionamos con el dolor, con el cuerpo y con la propia capacidad de recuperación. Si desde pequeños aprendemos que cualquier molestia es peligrosa, o que el cuerpo “no se toca”, crecemos con una relación basada en el miedo, la evitación y la desconfianza.

Por eso, en consulta, no solo trabajo con el cuerpo. Trabajo también con las palabras, con los gestos, con el tono, y con la forma de acompañar desde la calma y el respeto. La pedagogía no es solo para el colegio; también es fundamental en los espacios de salud. Explicar es tratar. Y muchas veces, es lo que más alivia.

sábado, 14 de diciembre de 2024

Uso de pantallas en la infancia

 

Nuevas recomendaciones de la AEP

El uso de dispositivos digitales ha transformado nuestras vidas, pero también plantea cierta controversia, especialmente para la infancia y la adolescencia. La Asociación Española de Pediatría (AEP) ha actualizado sus recomendaciones sobre el uso de pantallas, basándose en la evidencia científica más reciente, con el fin de promover un uso positivo y reducir los riesgos asociados.

El impacto del uso excesivo de pantallas

La exposición excesiva a pantallas afecta múltiples aspectos de la salud y el bienestar de niños y adolescentes:

  1. Sueño :  Reduce la calidad del sueño y retrasa el reloj biológico, provocando alteraciones en el desarrollo cerebral y el estado de ánimo.
  2. Nutrición :  Aumenta el riesgo de obesidad al fomentar dietas menos saludables.
  3. Actividad física: Favorece el sedentarismo y reduce la práctica deportiva.
  4. Salud visual: Provoca fatiga ocular, miopía progresiva y otros problemas.
  5. Desarrollo cerebral: Puede disminuir el grosor de la corteza cerebral y perjudicar el neurodesarrollo.

Recomendaciones por edades

La AEP detalla pautas específicas según la etapa de desarrollo:

  • 0 a 6 años : Evite el uso de pantallas, salvo excepciones supervisadas, como videollamadas con familiares.
  • 7 a 12 años : Limitar a menos de una hora diaria y priorizar actividades como deporte, contacto social y naturaleza.
  • 13 a 16 años : Máximo dos horas diarias, incluido el tiempo escolar. Es crucial retrasar el uso de móviles con conexión a internet.

El rol de las familias y la sociedad.

Si bien las familias tienemos un papel crucial en el uso regular de pantallas, la AEP advierte que esta responsabilidad no puede recaer únicamente en ellas. Es fundamental la intervención de administraciones y sistemas educativos para proteger a los menores, especialmente en colectivos vulnerables.

Reflexión final

El impacto de las pantallas en la infancia y adolescencia debe ser tratado como un problema de salud pública. Implementar estrategias educativas, sociales y familiares es esencial para asegurar un desarrollo saludable en la era digital. ¿Estamos listos para afrontar este problema? ¿Seremos capaces de rectificar?

¿Qué opinas de estas recomendaciones? ¿Qué estrategias utilizas en tu hogar para regular el uso de pantallas? Comparte tu experiencia en los comentarios.


domingo, 19 de agosto de 2018

¿Por qué lloran los bebés?

¿Por qué lloran los bebés?

La respuesta corta: porque lo necesitan.

Ahora, una explicación más detallada...

En muchas visitas a mi consulta, es común escuchar la frase: “No sé qué le pasa a mi bebé, llora y llora sin motivo aparente, y parece que nada lo calme...”

Entonces, ¿por qué lloran los bebés?

El llanto: un mecanismo fisiológico necesario

El llanto es una respuesta fisiológica y necesaria ante un estímulo interno o externo que genera incomodidad en el bebé. Puede deberse a hambre, sueño, frío, calor, dolor, cólicos, miedo, mocos, entre otros factores.

Se ha demostrado que los bebés comienzan a llorar incluso en el útero materno; se ha detectado este comportamiento desde la semana 28 de gestación. Esto nos indica que el llanto es un mecanismo innato y fundamental para la supervivencia.

Un bebé necesita tener sus necesidades básicas cubiertas y, cuando esto no sucede, lo expresa a través del llanto. Tal como lo planteaba Abraham Maslow en su teoría de la pirámide de necesidades, en la base están las necesidades fisiológicas y, en la cúspide, la autorrealización.

Luego regresaré un poco a la pirámide de Maslow.

El llanto como alarma biológica

El llanto del bebé es percibido por los cuidadores como una señal de alarma que activa una respuesta inmediata, especialmente en las madres. Este sonido se considera uno de los más desagradables para el oído humano, lo que nos empuja biológicamente a atender al bebé y garantizar su bienestar.

Este ciclo de reposo-estímulo-llanto-estrés-atención-acción-vuelta al reposo es crucial para la adecuada integración de la experiencia y el desarrollo del bebé (ver ciclo de Zinker).

La respiración y la mecánica ventilatoria del llanto

El primer llanto del bebé no ocurre en la sala de partos; el bebé ya venía practicando este reflejo dentro del útero. Este llanto inicial ayuda a expandir el tórax, vaciar el líquido amniótico y comenzar a respirar aire, iniciando el proceso de oxigenación.

Este momento es crucial, ya que el tipo de parto puede influir en la mecánica respiratoria del bebé, determinando si su respiración será nasal u oral, así como la capacidad de los volúmenes respiratorios y el correcto funcionamiento de la musculatura respiratoria y bronquial.

El llanto también cumple una función importante en la ventilación pulmonar. Durante el llanto se produce un aumento del lagrimeo, lo que ayuda a fluidificar secreciones y tiene un efecto bactericida en las vías nasales. Además, se incrementa la frecuencia cardíaca y la tensión arterial, lo que mejora la perfusión de gases (entrada de oxígeno y eliminación de CO2).

Cuándo el llanto es una señal de alerta

Si bien el llanto es un mecanismo natural, ciertas alteraciones pueden indicar problemas médicos, como insuficiencia respiratoria o la antesala de una bronquiolitis. Señales de alarma incluyen:

  • Disminución de la frecuencia respiratoria.

  • Reducción de la frecuencia cardíaca.

  • Aleteo nasal.

  • Uso de los músculos cervicales y cabeceo.

  • Disminución de ruidos respiratorios.

  • Quejido espiratorio.

  • Disbalance toracoabdominal.

  • Irritabilidad extrema.

  • Cianosis (coloración azulada en labios o piel).

En estos casos, es fundamental acudir de inmediato al pediatra.

El llanto como mecanismo de limpieza

El llanto también ayuda a movilizar y expulsar secreciones de las vías respiratorias. Sin embargo, algunos bebés no logran hacerlo por sí solos y pueden requerir ayuda en consulta. En estos casos, una o dos sesiones suelen ser suficientes para obtener resultados significativos.

Puedes ver un caso de mi consulta aquí: Instagram

Conclusión

Volviendo a la pirámide de Maslow, una de las necesidades fisiológicas básicas es el hambre. En ausencia de patología, el llanto del bebé suele estar relacionado con esta necesidad. Sin embargo, por encima de esto está la respiración. Si un bebé tiene dificultad para respirar y se le coloca al pecho sin antes haber resuelto su problema respiratorio, se encontrará en una situación complicada (boca ocupada con el pecho y nariz taponada). Por ello, es crucial asegurarse de que primero pueda respirar bien antes de alimentarlo.

Recomendaciones:

  • Ante cualquier duda, consulte con su pediatra.

  • Dejar llorar al bebé, siempre en brazos y atendido, puede ayudar a deshacerse de secreciones. Se recomienda esperar un minuto y observar si tose.

  • Si hay tos, atragantamiento o llanto durante la toma, verticalizar al bebé.

  • La posición vertical favorece la buena ventilación y la adecuada posición de la laringe.

  • El porteo (pañuelos, bandoleras, mochilas) favorece la verticalización, mejora la respiración, brinda seguridad y fortalece el vínculo con el bebé.

El llanto es inherente a nuestra especie y constituye la principal vía de expresión emocional de los bebés. A veces, es necesario para mantener las vías respiratorias despejadas.

Por algo será tanto lloro...

 Os recordamos que estamos en Pamplona, en el nº 9 de la avenida de Sancho el Fuerte. Y que puedes visitar nuestra página: www.osteopatia-archanco.com